Todo comienza la noche del 19 de septiembre de 2017, una noche llena de incertidumbre y preocupaciones. Resido en el pueblo de Gurabo, uno de los mas afectados por el huracán al igual que toda el área este. Recuerdo estar en mi cama viendo las noticias y las cosas que las personas publicaban en las redes sociales, mientras poco a poco la lluvia se iba intensificando. A partir de las 12:00pm, sabíamos que todo iba a cambiar y que quizás ya nada iba a ser igual. 3:20 am, se empieza a intensificar la lluvia y los vientos, las ráfagas ya eran muy fuertes y parecía que las ventanas iban a salir volando. Mi cuarto es el único de mi casa que no recibía el viento directo, así que mi familia y yo no refugiamos en el. Ya a las 7:00am nada de lo que conocíamos era igual, el huracán estaba en todo su apogeo haciendo de nuestra isla un desastre. Mi casa, gracias a Dios no sufrió mucho, pero se metió mucha agua por la cocina y los extractores de los baños. Obviamente los alrededores, los muebles y la terraza sufrió mucho, pero nada grave.

Es una experiencia que jamás olvidaremos y de ella aprendimos mucho. Hicimos cosas que nunca antes tuvimos la necesidad de hacer y conocimos muchas personas que hoy día son buenos amigos. Nos enseñó a valorar más a la familia y las cosas que tenemos, gracias a esa catástrofe somos mejores personas. Para Puerto Rico esto fue algo desconocido y que nos abrió los ojos. Y solo espero no tener que volver a pasar por algo parecido ni peor. Espero que ninguno de nuestros  hijos tengan que vivir una experiencia tan desagradable. Pero más que todo, espero que todos hayamos aprendido a valorar lo que tenemos y nuestro país.