Para A.

Me enamoré. Ese fue el problema.

Recuerdo aquella noche. El ataque de pánico. La noche en vela. La lágrima sobre mi rostro desnudo. Recuerdo todo. Recuerdo nada.

Partías por un nuevo rumbo. Solo quedaba una semana. Pensé que no te vería.

Ahí supe que te amaba. También, que estaría en un futuro equivocada.

Amé a un extraño que impactó mi vida con la rapidez de una estrella fugaz.

Amé a aquel que desconocía quien era, mis gustos, mis debilidades y fortalezas.

Amé a un hombre sin escrúpulos en el cual en su corazón solo había espacio para una sola persona: a sí mismo.

Amé a un sueño, una memoria errónea e idolatrada sobre quien parecía ser el “hombre perfecto”.

Amé sin parámetros, sin límites.

Amé por amar, y caí en las redecillas de un sueño que nunca pudo ser.

Sueño que aún me deja petrificada con el pensamiento de volverte a ver. De sentir tu presencia a solo pasos de mi.

Nada es igual. Aquellos días de verano son tan solo memorias escasas en mi mente.

Aún escucho tu risa.

Aún siento tu mirada dulce desde el asiento del pasajero.

Aún siento el calor de tus labios sobre los míos.

Aún siento tus brazos agarrándome fuertemente. Como si nunca me fueses a dejar ir.

Pero lo hiciste. Me dejaste ir y sentí como se desplazaba el mundo debajo de mi.

Soy tu pasado. Tú eventualmente serás el mío.

No existe razón para ser el receptor de un emisor ingrato.

Te dejo con estas palabras.

Te amé, A. Pero aunque no lo quiera admitir, estoy mejor sin ti.

Atentamente,

– C.

(Imagen por Annie Spratt en Unsplash, Licencia: Creative Commons)