Estimado R.:

Recuerdo cuando el tiempo se paralizó. Habitamos en un espacio donde éramos los dueños del mismo destino. No había guerras ni lágrimas. La alegría acaparaba cada espacio de mi cuerpo.

Pero eso culminó. El reloj retomó su rumbo, envejeciéndonos más cada día.

No critico tu partida. Era inevitable parar la manecilla cuando esta ya tiene un rumbo predeterminado.

Critico tu indiferencia.

Indiferencia de luchar por aquello que deseas. Indiferencia ante los sentimientos de los demás. Indiferencia de hacer que una relación vuelva a florecer.

Te conformas con la mediocridad, R.

Siempre buscas la vía fácil. El atajo más cercano para evitar confrontación. Le temes a la complejidad. Esa es la realidad.

Solías decir que tus locuras demostraban tu valentía. Y, por un tiempo, me creí esa babosería. Pero ya tu timidez salió a la luz. Ya no queda nada más que decirte adiós.

Tus memorias dejan un sabor amargo en mi boca. Y yo no quiero vivir más en esta desdicha.

Hoy se cumple tu deseo, R. Estás en el libre albedrío de vivir acorde con tu timidez. De vivir acobardado de tomar decisiones. Espero que cuando la madurez toque en tu puerta, no la rechaces. Acógela y crece. Es lo único que te deseo.

Desde hoy, no sigo más tu juego.

Desde hoy, tomo otro rumbo.

Desde hoy, eres pasado no futuro.

¿Recuerdas aquel juego de ajedrez? Pues acabo de ejecutar la última movida.

Checkmate.

Atentamente,

C.

 

(Imagen por Matthew Henry en Burst, Licencia: Creative Commons)