María arrancó los árboles del suelo y nuestros celulares de las manos; el objeto cumbre que nos separa del cavernícola—del mono. Sin embargo, ante una catástrofe natural, la brecha de civilización a barbarie—de homo sapiens sapiens a neandertal—se reduce. Y con el pasar de los días se estrecha aún más hasta el punto de llegar a tener un ser que no tiene más categorías ni títulos que mamífero.

Dicen que al ser humano le toma veintiún días en adaptarse a lo que sea. En este caso no fue cuestión de adaptarse.  Lo que María provocó fue un retroceso a nuestras raíces—a cuando vivíamos a lo Charles Darwin y su selección natural: “Que sobreviva el más fuerte”.

La realidad es que la madre naturaleza no discrimina entre sus hijos y ante ella, los animales serán animales. Mira que lo batallamos; nos vamos en contra de la ciencia porque en nuestros cerebros (o egos) existe el que el mundo es nuestro y por ende menospreciamos el espacio que ocupan el resto de los animales del planeta. Los estudiamos porque no entendemos su estado de bestia. Probamos nuestras píldoras con nombres elegantes suministrándoles las dosis que nos parezcan. Los expropiamos de sus casas—que diga, ‘hábitats’, que jamás será lo mismo que casa.

Post huracán vi al animal humano en estado de supervivencia. Eso significa, selección natural – que significa, eliminar al débil. También significa hambre voraz, nudos en el pelo y un reloj biológico que no decepciona.

La Universidad del Sagrado Corazón fue nuestra jungla por excelencia. Por más que nos neguemos—y cortemos el pasto con regularidad para no sentirnos que coexistimos entre las vacas—volvimos a la grama. Volvimos a ensuciar nuestras piernas afeitadas con la tierra y a mojar nuestros cabellos peinados en la lluvia. Fue tanto y tanto que ya ni nos preocupamos; se nos ha ido olvidando la changuería humana de que nosotros tenemos un pelo diferente al de los caballos y debemos gastar millones en él.

A muchos de nosotros también se nos expropió de nuestras casas; la palabra ‘hábitat’ empieza a cobrar significado. Ahora también nos preocupamos por la calidad del agua, pues ya no es abrir y sacar de la nevera, sino esperar a encontrarla. Por primera vez también nos alerta el que el agua de la lluvia, tan pura ante el filtro de nuestros ojos, no se pueda tomar. Nos hemos encargado de combinarla con nuestro variado y costoso menú de emisiones químicas y ahora que nos tocó también probar de la ‘lluvia acida’ hemos sentido lástima por los peces y otras especies marinas, como el manatí y las tortugas, que atracan intoxicados a la orilla.

Ha salido a relucir nuestra vena territorial. Nos hemos caído a puños por un enchufe, ese que nos ayuda a encender el aparato que nos separa de las demás especies. Ahora entendemos por qué los gatos se ponen ariscos cuando invadimos su territorio; lo hacen porque los privamos de unas necesidades trascendentales para ellos.

Hemos estado más vigilantes, así como los perros. Pues nuestras puertas se han roto por los vientos y los portones de entrada de urbanizaciones no son más que decorativos.

Mientras las greñas cada vez se encrespan más, lo que va quedando en peligro de extinción es el cepillo. Sin embargo, nos combina bastante bien con nuestra nueva fragancia ‘falta de baño’.

No paro de pensar en el dolor de las familias que tuvieron que celebrar funerales en el patio de sus casas—enterrar a un ser querido de tal forma es probablemente de las experiencias más crueles que dejó María. Por otro lado, ahora entiendo que cuando un animal muere, no importa dónde se sepulte—si es que se hace—este merece gran respeto. Y que, si quien perdió a ese padre, hermana, compañero…es caballo, conejo o pez, duele igual y existe un proceso de sanación.

Si no me crees, en confianza ve a mi casa y observa como quedó mi perro luego de que enterráramos a quien en esta sociedad llamaríamos su ‘esposa’.

María nos quitó un poco la condición humana para que amáramos; para que nos diéramos cuenta que en este planeta se comparte armoniosamente y que ante la madre naturaleza los animales seremos animales.


Manchita, gracias por estar en nuestras vidas. Fuiste más de lo que pude haber pedido; fuiste familia. Te amaremos por siempre.