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La llamada noche de los cristales rotos que se presentaron el 9 y 10 de noviembre de 1938, dio un giro en la vida de cada judío que vivía en Alemania y países limítrofes que fueron invadidos por las fuerzas de los Nazis. Esta fecha marcó el inicio de acciones violentas contra los judíos. Esto perpetuó una vida en medio de la Alemania nazi llena de antisemitismo, persecución, arrebato de derechos y bienes, y hasta el exterminio.

Muchos decidieron dejar el país en que nacieron viéndose obligados a dejar todas sus posesiones, negocios y casas al Tercer Reich. Fueron 907 de judíos quienes gastaron todos sus ahorros en comprar a precio de oro las visas para entrar en Cuba y el pasaje. El mismo debía ser de ida y vuelta (aunque sabían que no podrían volver).  Todos los pasajeros poseían certificados de desembarco que les permitían ingresar a Cuba, pero cuando el St. Louis llegó al puerto de La Habana, el presidente de Cuba se negó a respetar los documentos.

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Después de que el barco abandonó el puerto de La Habana, navegó tan cerca de la costa de Florida que los pasajeros podían ver las luces de Miami. El capitán solicitó ayuda, pero fue en vano. Los barcos de la guardia costera de EE.UU. patrullaban las aguas para asegurarse de que nadie saltara en busca de libertad, y no permitieron que el barco atracara en EE.UU. El St. Louis regresó a Europa. Bélgica, los Países Bajos, Inglaterra y Francia aceptaron los pasajeros, pero en pocos meses los alemanes invadieron a Europa occidental. Cientos de pasajeros que habían desembarcado en Bélgica, los Países Bajos y Francia terminaron siendo víctimas de la “Solución final” de los nazis.

Esta historia estremecedora, nos permite comprender a profundidad hasta dónde pueden llegar los intereses de la maldad y la codicia del hombre, pero sobre todo es un escenario que nos debe enseñar a estar alerta para evitar que esta barbarie no vuelva a suceder.