La historia que me hizo ver el potencial melancólico de Lovecraft fue esta. Nunca había leído otra con una atmosfera tan nostálgica y deprimente, casi como si fuese un transcrito de sucesos reales, pero no puede ser, porque aceptar esta historia como realidad sería aceptar a los horrores que con ella vienen y eso es algo en lo que nosotros no somos muy buenos. Imagínense un adolescente introvertido que prefiere pasar el rato descubriendo los misterios de un mausoleo a hacer otra cosa, convirtiéndose esto en una obsesión que eventualmente lo lleva a su desgracia, esa es la trama de la historia. Lovecraft sabe como anticipar el mal en sus narrativas y en este caso, el hecho que el protagonista es un pobre joven que es succionado a un mundo de anticipación siniestra cubre al lector de desasosiego inmediatamente. Dicho desasosiego solo aumenta cuando el joven pide ser enterrado en el mausoleo el día de su muerte, la mortalidad cobrando un cierto tipo de vida en los labios de una persona que tiene la vida por delante. La prosa como siempre nos muestra paisajes insanos y muertos, aunque no a tan gran escala como en otras historias de él. Esta solo usa lo insano para corromper la visión de la adolescencia y exprimirla de todo lujo hasta quedar una visión opuesta, pero tristemente similar a la de muchas personas, ya que este prueba ser un momento difícil de la vida, donde las emociones se descontrolan y todo parece estar en contra. Lovecraft usa esa idea para darnos una idea de lo solo que es el protagonista y de cómo su único amigo fue una tumba de cementerio.