Tengo que admitir que tengo una naturaleza muy relajada, y que no suelo preocuparme mucho en cuanto a fenómenos atmosféricos se trata. Y más luego de la desilusión pasada con Irma, que venía como Huracán categoría 5, y todo Puerto Rico lo tenía en la mira y con todas las precauciones tomadas. Y este se decidió desviar, recibiendo muy poco de lo que en realidad se esperaba. Pero luego con María fue todo lo contrario, siento que paso como en la historia del lobo y los cerditos. Como la primera vez no paso el daño esperado, para la segunda se la cogieron a la ligera. Y fue así como Puerto Rico sufrió el huracán más fuerte en casi más de un siglo. Una devastación que tomo a todos por sorpresa. Dejando a una isla con un 95% incomunicada y un 100% de la población sin luz. Y hasta el sol de hoy, no se ve aún el día en que todo vuelva a la normalidad. Y es que semanas pasadas desde el huracán y aún faltan suministros, el agua no se encuentra, siguen las filas infernales… Pero a pesar de todo, estoy muy agradecida con Dios, porque a pesar de toda la devastación ocurrida a mi familia y a mi, no nos ocurrió nada muy desatroso. Pero lo peor para mi y lo más que me afecto fue la ansiedad. Ansiedad por no saber nada, de nadie más, de todas mis amistades que tengo por toda la isla, de no poder salir de mi casa porque habían escombros por todos lados. De no tener nada que hacer, excepto escuchar la radio todo el día como si fuera una abuelita, acostarme tarde y levantarme temprano por el calor. Y hacer largas filas en sol ya fuera para gasolina, comida, o dinero. Aunque eso fue una experiencia agridulce porque lo tomaba como por lo menos un momento de diversión y no tenía que estar en mi casa. Pero si era agotador estar parada 3 y 4 horas, para obtener suministros. También algo que me dolió mucho fue cuando por fin pude ver las noticias y pude ver finalmente lo realmente catastrófico que había sido Maria. Ya que en mi pueblo Ponce, no paso tanta destrucción comparada con otros pueblos. Pero fue muy impactante el ver las personas especialmente las de pueblos montañosos, con sus hogares totalmente destruidos. Y mucho más chocante fue el cuando me dirigía hacía San Juan para volver a la universidad y pude ver de primera mano todo eso, y más allá de la pantalla de un televisor. Realize lo bendecida que soy, aunque aún no tenga agua ni luz, pero si tenía un hogar. Y se me parte el corazón pensar el como parte de la población lo ha perdido todo. Pero a pesar de todo, si me siento agradecida porque aunque nos falten cosas, sigo viva y eso es más importante que todo. Y sea mañana o el año que viene, ¡pero Puerto Rico se levanta, porque se levanta!

Fotografía por: Jay Usay