Un complot de amor. Así describe Daniel J. Rodríguez lo que Sister Isolina Ferré hizo con él y sus hermanos para atraerlos a los Centros que hoy llevan el nombre de la desaparecida religiosa. Y gracias a ese complot, hoy él y sus tres hermanos se han convertido en agentes de cambio que con su esfuerzo y compromiso han decidido continuar el legado de Sister, como cariñosamente la llaman.

Nacido en Hartford, Connecticut, Daniel llegó a Puerto Rico tras la separación de sus padres. Su madre decidió mudarse junto a sus retoños al sector La Playa de Ponce, en donde ya residía su familia inmediata. Allí vivieron por un tiempo en el Barrio Las Latas, hasta que en 1972 el gobierno expropió los hogares de la zona y los relocalizó en la urbanización Lirios del Sur. “Todavía recuerdo la caravana desde Las Latas a Lirios del Sur con la familia. Varias cajas, un radio maltrecho, ollas, trastes y objetos personales en un carretón de madera que era compartido con los vecinos”, comenta Daniel.

En ambientes de pobreza y limitación, los niños y jóvenes tienden a resistirse y a desconfiar de las posibilidades de un mejor futuro. No creen que otra vida sea posible. No imaginan que sea posible una transformación.

Lo mismo le hubiera pasado a Daniel, a no ser por ese complot de amor que narra. Recuerda que, ya en escuela intermedia, comenzó a creer en los ángeles por lo que describe como su primera ‘aparición’: mientras jugaba en un parque de la comunidad, se le acercó Sister Isolina y amorosamente lo invitó a ir con ella al Centro, el primero de los 10 que existen hoy alrededor de la Isla. Allí comenzó a complementar su desarrollo académico, tomando cursos de serigrafía. Al poco tiempo, con apenas 11 años de edad, debutaban sus obras de arte en un museo de la zona metropolitana.

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